En el momento en que los países destinen mil millones de dólares para responder a los impactos económicos de la COVID-19, pueden optar por invertir en este capital natural. Sin embargo, un análisis preliminar muestra que es más probable que estas respuestas contribuyan a nuevos problemas ambientales y climáticos que a soluciones. Los países están perdiendo una gran oportunidad. ¿Por qué? Las inversiones con bajas emisiones de carbono y climáticamente resilientes ofrecen rendimientos económicos mucho más altos que las inversiones en infraestructuras tradicionales y combustibles fósiles.
Soluciones basadas en la naturaleza para la economía
Las soluciones basadas en la naturaleza, como la protección, gestión y restauración de paisajes como bosques, granjas y humedales, son una inversión avisada, ahora más que nunca. Por lo general, son rentables y ofrecen un triple resultado de creación de empleo, pérdidas evitadas al proteger a las comunidades de los desastres naturales y beneficios para los ingresos locales y la biodiversidad. Las soluciones basadas en la naturaleza también pueden ayudar a prevenir nuevas pandemias de enfermedades zoonóticas. Las acciones para frenar la pérdida, degradación y fragmentación de los ecosistemas naturales y el comercio ilegal de vida silvestre reducen el riesgo de enfermedades que se propagan de los animales a las personas.
Generalmente, las inversiones en soluciones basadas en la naturaleza crean empleos (en promedio, entre 7 y 40 empleos por cada millón invertido) en campos intensivos en mano de obra como el cultivo de árboles. También pueden llegar a otros segmentos del mercado laboral. Por ejemplo, miles de pequeñas y medianas empresas están restaurando bosques y paisajes. Invertir en restauración a través de estas empresas, que pueden generar de 7 a 30 USD en beneficios por cada dólar gastado, puede crear aún más empleos.
Algunos países y ciudades ya están mostrando el camino
Algunos países ya están mostrando cómo poner a la naturaleza en el centro de su enfoque de estímulo económico y recuperación en relación con la COVID-19. Nueva Zelanda anunció un programa de USD 1,1 mil millones, que tiene como objetivo crear 11.000 empleos mediante importantes inversiones en la restauración de humedales y zonas ribereñas, la eliminación de especies invasoras y la mejora de los servicios de turismo y recreación en tierras públicas.
Por su parte, Malawi ha invertido en el cultivo de árboles para proteger los medios de subsistencia de sus agricultores. Este pequeño país africano está dedicando el 1,5 por ciento de su presupuesto nacional a su Programa de Restauración Forestal Juvenil, empleando a miles de jóvenes para revitalizar 50.000 hectáreas de tierras. Otros países están incluyendo objetivos de restauración en sus Contribuciones Determinadas a escala Nacional (CDN) al Acuerdo de París, en preparación para la conferencia sobre el clima de la CDP26. Chile, por ejemplo, restaurará 1 millón de hectáreas de tierras como parte de su CDN.
Los gobiernos municipales y locales también están haciendo su parte. Yakarta y la Ciudad de México, por ejemplo, están invirtiendo en campañas masivas de plantación de árboles para mejorar la mala calidad del aire, que unos estudios han relacionado con mayores tasas de mortalidad por COVID-19.
Cinco áreas de acción para la restauración de los ecosistemas y las economías
Así es como los gobiernos y sus asociados pueden aprovechar al máximo esta oportunidad en sus planes de recuperación post-COVID-19:
- Restaurar las tierras agrícolas. La restauración de 160 millones de hectáreas de tierras agrícolas degradadas podría generar 84.000 millones de dólares en beneficios económicos anuales. Eso podría aumentar los ingresos de los pequeños agricultores en un estimado de USD 35-40 mil millones por año, proporcionando alimentos adicionales para casi 200 millones de personas.
- Restaurar los bosques. Los bosques crean empleos. En los Estados Unidos, la “economía de la restauración” de árboles ya genera un estimado de USD 9,5 mil millones en producción económica anual y apoya directamente más de 125.000 empleos. Y en Etiopía, los productos forestales como la miel podrían representar una oportunidad económica de USD 2,6 mil millones.
- Aprovechar los programas de empleo existentes. Los principales programas de obras públicas y empleo rural de muchos países en desarrollo ya invierten en la naturaleza. En Pakistán, por ejemplo, más de 60.000 trabajadores desempleados están siendo pagados para establecer viveros de árboles, plantar árboles y monitorear los bosques a través del programa Tsunami de 10 mil millones de árboles en curso en el país.
- Vincular el apoyo económico con la gestión ambiental. Los gobiernos pueden cambiar los incentivos públicos para proteger a las comunidades rurales y el medio ambiente. El Salvador está diseñando tres nuevos instrumentos de política para permitir a los bancos locales: 1) proporcionar préstamos a las personas que restauren las tierras mediante el cultivo sostenible de alimentos y productos básicos, 2) invertir en la restauración de cuencas hidrográficas clave, y 3) recompensar a los agricultores que cultiven árboles para evitar inundaciones y deslizamientos de tierra.
- Gestionar y proteger los espacios naturales. Durante la anterior crisis financiera mundial, la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) estimó que unas inversiones en gestión forestal sostenible podrían crear 10 millones de nuevos puestos de trabajo en todo el mundo. En Europa, la Red Natura 2000 de áreas protegidas apoya 4,4 millones de puestos de trabajo, al mismo tiempo que proporciona beneficios por valor de hasta 339 mil millones de dólares al año.
Un futuro favorable a la naturaleza, para todos
Las soluciones basadas en la naturaleza no son la panacea, pero son una parte clave de un enfoque verde más amplio para la recuperación económica que cree empleos a corto plazo, apoye el crecimiento económico a medio plazo y oriente la economía mundial hacia enfoques respetuosos de la naturaleza que proporcionen beneficios a largo plazo para la sostenibilidad y la resiliencia.
Al abordar los impactos inmediatos de la COVID-19, no podemos debilitar aún más los sistemas ambientales que sustentan nuestras economías y sociedades. Al contrario, debemos mirar hacia un futuro más resiliente para todos.
Sobre los autores
Jonathan Cook es Asociado Principal en Práctica de la Resiliencia Climática en el Instituto de Recursos Mundiales, donde apoyó a la Comisión Mundial sobre Adaptación. Codirigió la Línea de Acción de Soluciones Basadas en la Naturaleza de la Comisión, y fue coautor de dos capítulos del informe emblemático de la Comisión, Adapt Now. Antes de unirse a WRI, Jonathan fue Especialista Principal en Adaptación en la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional, y antes de eso, pasó siete años en el Fondo Mundial para la Naturaleza. Es coautor de la cuarta Evaluación Climática Nacional, así como de varios libros y publicaciones. Jonathan tiene una Maestría de la Escuela de Silvicultura y Estudios Ambientales de Yale y una Licenciatura en Estudios Ambientales de la Universidad de Harvard.
Rod Taylor es Director Mundial del Programa de Bosques del Instituto de Recursos Mundiales (WRI), y supervisa el Global Forest Watch, la Iniciativa de Legalidad Forestal y la Iniciativa Mundial de Restauración. Antes de unirse a WRI, Rod trabajó como Director de Bosques en WWF International, y antes de eso, dirigió el trabajo forestal de WWF en la región de Asia Pacífico. Al principio de su carrera, Rod trabajó como asesor de políticas forestales en Indonesia, Papúa Nueva Guinea y las Islas Salomón. Rod comenzó su carrera como abogado en Australia, y tiene una Maestría en Derecho Ambiental de la Universidad Nacional de Australia.